sábado, 18 de septiembre de 2010

Deshonras fúnebres por Francisco Franco

“El Caudillo es como la encarnación de la patria y tiene el poder recibido por Dios para gobernarnos…” (del Catecismo patriótico español, publicado en Salamanca en 1939)
Parece mentira que una institución, la Iglesia Católica española esté detrás de uno de los episodios más sangrientos de la historia contemporánea de este país. Y no hablo del pasado, de la Edad Media, donde también demostró su gran amor a la humanidad mediante la Inquisición, sino de este siglo pasado que dejamos atrás hace muy poco.

Francisco Franco, ese dictador sanguinario y feroz que dominó España durante casi 40 años tuvo como mejor aliada nada menos que a la “Santísima Madre Iglesia”, como fiel perro del asesino y dueño.de España
La Iglesia temía una confiscación de tierras como ocurriera un siglo atrás para ser repartida entre los pobres. Aquí empezó su movilización contra la República y su apoyo al fascismo; y aquí se ve la fe de aquellos que creen en un Cristo pobre y justo en favor del débil y marginado. Y se ve porque siempre, en realidad, se fué al lado del poder, el dinero y la tiranía. ¿Para que sirve tanta fe cuando se actúa precisamente contra ella? Se llama hipocresía, aunque tengo más adjetivos muchísimos más duros para definirla.
El General necesitaba de esa Iglesia, y ésta última necesitaba de la protección del General, amparada sobre la sangre derramada, el crimen. Y mírenla, ahí sigue tan altruista, con un pasado tan oscuro como su fe.
Ahora, de nuevo se une al mismo perro de siempre; al fascismo vestido de demócrata que derrama intolerancia y fanatismo

Obispos y sacerdotes celebraron durante mucho tiempo actos religiosos y ceremonias fúnebres en memoria de sus mártires. Bajo aquellos “días luminosos” de la paz de Franco, sus restos fueron exhumados y trasladados en cortejos que recorrían con gran solemnidad numerosos pueblos y ciudades, desde los cementerios y lugares de martirio a las capillas e iglesias elegidas para el descanso eterno de sus restos.

La Iglesia católica española quiso, no obstante, perpetuar la memoria de sus mártires con algo más que ceremonias fúnebres y monumentos, y reclamó, apoyada por los dirigentes franquistas, su beatificación, un camino que tardó casi cuatro décadas en recorrerse y que, paradójicamente, empezó a encontrar frutos varios años después de muerto Franco, con la democracia ya implantada en la sociedad española

Acabada la guerra, los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos, recordándoles durante décadas los efectos devastadores de la matanza del clero y de la destrucción de lo sagrado, mientras se pasaba un tupido velo por la “limpieza” que en nombre de ese mismo Dios habían emprendido y seguían llevando a cabo gentes piadosas y de bien.

La Iglesia y el Dictador caminaron asidos de la mano durante cuatro décadas. Franco necesitó el apoyo y la bendición de la Iglesia católica para llevar a buen término una guerra de exterminio y pasar por enviado de Dios. La Iglesia ganó con esa guerra una paz «duradera y consoladora», plena de felicidad, satisfacciones y privilegios. La religión sirvió a Franco de refugio de su tiranía y crueldad. La Iglesia le dio la máscara perfecta. Tan perfecta que todavía hoy se discute qué es lo que había detrás de ella: un cerdo o un criminal de guerra.

Adolfomayo

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